Entrada la noche, me puse a reflexionar una vez más sobre mi deplorable situación amorosa, y he llegado a varias conclusiones del por qué no tengo ni perro que me ladre (no las citaré porque son demasiado patéticas).
En resumidas cuentas, las personas que conozco y hasta las que no, tratan de darme ‘‘consejos’’ sobre cómo lidiar con este batiburrillo al que llaman amor, y del cual no quiero saber más…ejem, ejem...
mi madre dice que exagero con dichas conclusiones, mis amigos dicen que tenga paciencia… si supieran que paciencia es lo que me falta en estos momentos y no porque sea ansiosa, sino, porque simplemente me he cansado de mi mala suerte (y vaya que es mala), y de esperar a que cambie un poco mi precaria condición sentimental, hasta he llegado a pensar que es el karma o que algún dios me está aplicando la ley del talión (que ya es mucha desvergüenza decirlo y que aun peor es admitirlo); y que a raíz de eso han salido ciertas confusiones alimentando mis vanas esperanzas de que algún día muy cercano encontraré a alguien que de verdad me guste (que lo hay) y que ese alguien corresponda a la fantasiosa idea creada por mi cabecita enferma, que lo único que hace es eso, idealizar a aquel ser, que creo que ni en sueños me va a pelar.
Aclaro: lo que siento por aquel fulano no es amor propiamente dicho, sino, una especie de alucine cósmico (¡ja!), del cual aun no quiero salir y del que estúpidamente estoy aferrada y lo seguiré estando hasta que me canse, o hasta que me pele (lo que llegue primero), estando muy consciente de que lo que más desearía que pasase fuese lo segundo, pero si no, no.
Esto aunado al sentimiento de frustración que tengo, me ha llegado a sacar ronchas de tantas vueltas que le doy al asunto. Sin embargo esto me invita a decir… mejor suerte pa’ la próxima, o como diría mi tía: mala suerte matador.